El grafiti más caro y lejano
La batalla entre si el arte urbano (Street art) es un talento
artístico o vandalismo se libra entre detractores que solo advierten pintadas
salvajes, o defensores que presumen de conocer una forma de arte exquisito, con
un toque revolucionario, un aderezo urbano y, en más de una ocasión, un claro
tufo a ilegal. Pero, ¿qué mueve a alguien a pintar sobre una pared? Podemos
decir que tal vez la búsqueda de la trascendencia en el tiempo, es decir, una
forma de comunicarnos íntimamente con quienes no pertenecen a nuestra época.
Puestos a cuantificar esta búsqueda
de sobrevivir a los tiempos, podríamos preguntarnos cuál ha sido el grafiti más
caro de la historia. No es necesario remontarse muy lejos en el tiempo. A penas
hay que viajar unos años atrás, justo cuando el programa Apolo estaba en pleno
apogeo y la NASA era una perfecta maquinaria de fabricar héroes americanos: los
astronautas, cuyas imágenes llenaron los informativos y las revistas de medio
mundo y aparecieron en sellos postales, posters, banderines y con sus nombres
se construyeron colegios, rotularon calles e institutos de investigación.
Los componentes del Apolo XVII, la última
misión del programa Apolo, fueron el comandante Eugene Cernan, Ronald Evans y
el piloto Harrison Schmitt. El comandante Cernan, Gene como solían llamarle,
era tremendamente competitivo, un americano auténtico con una carrera notable
como piloto naval de los que aterrizaban reactores en diminutos portaaviones,
ingeniero eléctrico, ingeniero aeronáutico y piloto de combate. A él se le
atribuye la fotografía conocida como «la canica azul» donde la Tierra parece
una preciosa y pequeña esfera de cristal. Por entonces estaba casado con la que
fue su primera esposa y con la que tuvo una hija, Tracy. Gene le prometió a la
pequeña que le traería algo del viaje. Y el comandante le hizo el regalo más
insólito que haya hecho cualquier padre a un hijo, y en realidad, cualquier ser
humano a otro: cuando, en mitad del lejano páramo alejó el vehículo para que
pudiera grabar las imágenes del despegue, se agachó y con su dedo dibujó sobre
el polvo lunar «TDC», las iniciales de su hija, Tracy Dawn Cernan.
El comandante Eugene Cernan
Aun sin intención artística, hay quienes no pueden resistirse
a garabatear sobre la arena húmeda; o, lápiz en mano, dibujar ensoñaciones
sobre un papel. Conociendo que pronto volverán las olas a borrar los trazos
efímeros y que el papel acabará en la destructora de la oficina. Sin embargo,
el dibujo del comandante Eugene Cernan habrá conseguido su objetivo
trascendente. Cuando ni nosotros ni los hijos de los hijos de nuestros hijos
estén en este mundo, el nombre de Tracy, gracias a la falta de fenómenos de
erosión en la Luna, continuará iluminado bajo un perfecto firmamento por los
siglos de los siglos. Convirtiéndose en el grafiti más caro (por lo caro que
costó llevar a cabo la misión) y lejano de la historia.
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